El límite de las lágrimas
León Tolstói comienza su libro Anna Karénina así: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Todos los que sonríen, como sonríen las familias felices, lo hacen de un modo parecido pero los que lloran, como lloran las familias desgraciadas, esconden una interrogación inalcanzable. Es más previsible lo apacible porque no se esconde, no huye de las miradas que pretenden superar el límite que impone la lágrima: las avenidas infinitas de las grandes ciudades se parecen unas a otras; pero cada callejón tiene una sombra y un misterio distinto. Todas las palabras se parecen unas a las otras –salvo amor, libertad y patria– pero cada silencio tiene su matiz y su distancia.